Era
alta y completamente pálida, su presencia provocaba un sentimiento de tristeza
e incertidumbre. Recuerdo haberla visto pasar unas cuantas veces frente a mi
casa y era como si por un instante el cielo se obscureciera, como si una nube
negra la siguiera por donde fuera.
Llegué
a la puerta de su casa una noche en que escuché el llanto desesperado de un
niño en el interior. La casa estaba vacía, completamente abandonada. Al fondo
del pasillo se asomaba la luz temblorosa de unas velas y en las paredes
retumbaba el eco de palabras que nunca había escuchado.
Al
asomarme la vi de pie frente a un bebé recostado en medio de un círculo de
velas. Empuñaba en su mano una enorme daga con la que abría poco apoco el largo
de su brazo de la muñeca al codo mientras recitaba aquellas extrañas palabras,
sin embargo de su brazo no escurría ni una sola gota de sangre.
El
bebé comenzaba a llorar cada vez más fuerte y su cuerpo se retorcía de una
forma que provocaba terror. La piel de la extraña mujer comenzó a tomar un
color natural, mientras que la del pequeño se empalidecía y resecaba. Las velas
se apagaron de una en una mientras la criatura moría y la herida del brazo de
la mujer se cerraba como por arte de magia.
El
miedo me obligó a retirarme pretendiendo no haber visto nada, pero al darme
vuelta vi su rostro frente a mí, en su mirada alcanzaba a ver el color de su
sangre y en un susurro me dijo: es tu
turno.
Se
acercó lentamente a mí, inclinando su boca hacia mi cuello y logré ver en el
suyo una enorme cicatriz que cubría prácticamente la mitad del mismo. De
pronto, sentí una mordida que desgarró mi piel arrancándome un enorme trozo de
carne. Recuerdo haber caído al suelo al lado del círculo de velas apagadas y en
medio de ellas la figura de un feto disecado.
Aún
tengo la sensación de mi sangre siendo absorbida por sus labios.
Desperté
a las tres de la madrugada de esa misma noche en medio de mi habitación, en el
piso a un lado de mi cama, sin saber si todo había sido sólo un mal sueño o un
extraño recuerdo. Sólo sé que tengo unas ganas insaciables de beber sangre.
C.
R. Monge.